sábado, 5 de noviembre de 2011

Los parques sin niños

Suelen ser los parques para los niños. Al menos para el ocio, el tiempo de estar, de ser, presente. Un fuera de babilonia, fuera de la maquina quimérica. Pero también puede ser un sedante. Un pedazo de animal en lo civilazional del capitalismo y sus alas políticas. Lo calculado en el sistema para satisfacer un necesidad básica. Una conexion básica inexplicable. Pero mas allá del ajetreo metafísico que pueda tejer al rededor de las plazas, en parte son y están ahí, y queremos que haya mas seguramente, porque tenemos niños. Los juegos en las plazas de juego y parques son sedante para padres y campos de desarrollo, y porque no decirlo, cuando estos lugares están llenos de niños, de incluso diversas edades, entonces son para niños impulsores vitales para el contacto con sus pares. Pueden en algunos casos ser reflejo cruel de impulsos humanos básicos. Asociarse, excluir, reproducir los patrones y conducta social previamente adquiridos son situaciones relativamente esperables de ocurrir en los parques. La situación actual es inquietante en algunos países industrializados. Las tasas de natalidad han pasado de la famosa pirámide, hacia la pirámide invertida, vale decir están escaseando lo niños. Las plazas han pasado a ser espectros de una existencia pasada. Meros lugares de apariencia, de voluntad estética y si se quiere amigables con el medio ambiente. No obstante falta la gente. Hay demasiado espacio; el espacio común se ve reducido porque el espacio físico se ha expandido haciendo -sumado a la falta de niños en las ciudades- una paradoja a la inversa de lo que ocurre en las ciudades satélites (trabanten stadt). Es hoy por hoy desolador llevar a un niño a jugar a estas plazas. Principalmente porque se convertirá en una vitrineo de ancianos, o derechamente en una exposición temprana al solipsismo del individuo.