Parte 2 ó la mentira como ilusion (...continuación)
Ahora, debo recordar necesariamente, que es el propio Ginzburg quién se resiste a la crítica positivista de apreciar la historia como una narrativa, e igualar el trabajo del historiógrafo, al de un novelista. Sin embargo pareciera no poder realmente escapar junto con la historia hacia la verdad o hacia la búsqueda constante de ella. No creo que sea importante salvar lo insalvable. Hoy no somos capaces de vivir sin formarnos una imagen del mundo. Pero así como el mundo se grafica para nosotros en una imagen, así también nosotros buscamos incesantemente encontrar nuestra propia ubicación en el mundo. Formarnos imágenes de nosotros mismos en el mundo, y aunque éstas pudieran estar erradas a causa de no tomar en cuenta gran parte de la argumentación, no es eso lo que vale. No es tan importante las-cosas-como-son-realmente, frente a las-cosas-como-yo-elijo-verlas. Estamos de la misma forma expuestos a la verdad y a la mentira, como lo está el trabajo historiográfico, o el trabajo judicial. El crimen cometido a una pequeña niña requiere de un culpable. Y la sociedad lo requiere. No importan tanto las atenuantes cómo sí lo hacen las agravantes. ¿Cuántas veces ya, hemos escuchado de errores en las asignaciones de culpa en crímenes en los Estados Unidos de América, en donde las cortes han ordenado una ejecución, no teniendo la argumentación completa?
Hablaré ahora de la prueba. Sin embargo lo voy a hacer nuevamente desde Ginzburg, quién diferencia dos tipos de demostrar que quién habla (el juez o el historiador), habla con proofs. Por un lado encontramos la proof clásica, en la labor que no recaía en el historiador sino en el anticuario; es decir “Collecting proofs was, until the mid-eighteenth century, an activity practiced by antiquarians and erudits, not by historians ”. Y por otro lado encontramos que “Within the classical tradition, historical writing (and poetry as well) had to display a feature the Greeks called enargheia, and the Romans, evidentia in narratione: the ability to convey a vivid representation of characters and situations” .
Ginzburg lo que está tratando de investigar en profundidad en el texto citado es el problema que atañe a la verdad histórica; y rechaza por igual los dos extremos que él ha denominado positivismo por un lado, aquellos que se preocupan por la interpretación neutral de los documentos, y por otro lado la sofisticada interpretación de la prueba como lo representado (aquello que representa). Ginzburg se ubicará en una, para él tercera vía, que implica la consideración de lo representado, en cuanto a su condición de probabilidad, excluyendo así la radicalidad del juicio. Más allá de la solución probable que encuentre Ginzburg a este punto en particular, el conflicto que surge es más entramado de lo que podríamos llegar a pensar. Las conexiones entre el entimema y el concepto de verdad histórica, así como su relación con las verdades y las formas de concluirlas en los ámbitos de la justicia actual distan mucho de poder ser adscritas a una u otra tendencia. Si bien el ejemplo que Ginzburg trabaja y defiende, en el caso de la auto-inculpación de Leonardo Marino, que dejaría al descubierto procedimientos irregulares (o en su defecto, que no se condicen con el enfoque positivista atribuido generalmente a los sistemas judiciales) ayuda a entender por partes la presencia de una argumentación incompleta generadora de verdades en un sistema judicial, nos nubla y oscurece aquello referido al ámbito historiográfico.
Vuelvo ahora sobre el asunto de la verdad en las mal, –o bien, llamadas narraciones históricas. El problema judicial, o modelo de justicia, como ya he señalado influye en el trabajo historiográfico. En una interesante crítica que le hace José Fernández Vega en su breve ensayo “La escoba en la balanza” , éste señala hasta cierto punto un grado de inconsistencia al analizar lo que él denomina la neutralidad valorativa. Inconsistencia sobre la cual no profundizaré mayormente. Recogeré de todas maneras el debate que acarrea el reconocimiento de los problemas asociados a la neutralidad valorativa. La dificultad de tener un juez (sea un juez de justicia o un juez de la historia) supuestamente neutro acarrea, que todo aquello que hace presuponer y que potencialmente sea fruto de una no-neutralidad, cae automáticamente en un terreno oscuro sin análisis. Por lo que debemos en primer lugar asumir que tal neutralidad en algunos aspectos es totalmente ficticia. Ficticia porque, aun suponiendo que los jueces de la justicia son los más neutrales o debieran serlo, la crítica de Ginzburg al sistema judicial italiano, basado en el caso del asesinato del comisario Calabresi, deja en claro que el precepto judicial “in dubio pro reo” se ha invertido a “in dubio pro re publica” .
Para poder ver la verdad parcial que se trasluce a raíz de estas declaraciones en nuestro propio sistema judicial, bastaría con observar e investigar detenidamente los procesos que se llevan en contra de comuneros mapuches, a quienes se les ha aplicado una ley (ley de seguridad al interior del estado, ley anti-terrorista) residual de una concepción de estado autoritaria. ¿Cuál es entonces la real cara de la neutralidad valorativa que tanto defendía Max Weber? ¿Y cuál es su rol en la historiografía, o mejor formulado, como se comportan los que escriben historia frente a este precepto moral? Vamos por partes.
Tal neutralidad valorativa es un ideal que en la realidad no logra imponerse como su descripción ideal lo señala. En la realidad este concepto se estira, se encoje y se adapta políticamente sin problemas a aquellos que tienen la potestad de juzgar, y sobre todo a aquello que la re publica debe juzgar (cómo un deber ser). Existe entonces para aquellos que se dicen neutros, una concepción política sobre el estado de las cosas, y una verdad como ideal que desequilibran la balanza a favor de los que algunos dirían son los más, y en desmedro de aquellos que generan un contra-discurso o pretenden deslegitimar una hegemonía estatal. Siguiendo el puente que nos indica el propio Ginzburg entre jueces (de la justicia) y jueces (historiadores), acerca de la probabilidad de lo que puede representar la proof, excluyendo por tanto la certeza, encontraremos el mismo dilema pero del lado de la verdad histórica. ¿Qué nos puede hacer pensar en la existencia en el caso de la historiografía de tal neutralidad? Cómo anteriormente señalado, ahora tampoco voy a ser radical y acusar a todos los jueces (historiadores) de ser moralmente doble estándar cómo para mentir acerca de su neutralidad, pero si voy a poner en duda la intención que tienen de reconocerse en esa neutralidad.
El entimema se sigue reflejando en la imposibilidad de su neutralidad, es decir está presente en la voluntad de pasar por alto indicios (que caen fuera del modelo judicial o historicista), ya que ésta voluntad de ilusión, ésta necesidad de formar una imagen más completa de lo juzgado, no es otra cosa que la política de pasar por alto indicios que contravengan la construcción o edificación conceptual desde la cual se está argumentando. Vaihinger destacaría lo siguiente de Nietzsche: “Mi filosofía es un platonismo invertido: cuanto más se aleja de la realidad verdadera, se torna más pura, más bella y mejor. Vivir en la ilusión como el ideal ” después agrega también de Nietzsche: “Nuestro edificio-de-fantasía idealista es también parte de la realidad y debe aparecer en su carácter ”. Es decir, confirmando lo señalado al inicio de este ensayo, no es que haya una mano negra detrás de estos pasar por alto de la justicia moderna, o por lo menos no es una mano negra consciente. Nietzsche descubre que no es posible escapar de las ilusiones de la realidad. Que éstas ilusiones o pasadas-por-alto son más importantes y puros que la propia realidad. Quizás en tono menos radical que Nietzsche, son estas alteraciones y entimemas los que construyen las verdades históricas, guiados por un espíritu del Como-si y no por un espíritu de maldad y/o mano negra.
Heidegger en su “Caminos de Bosque” echa luces sobre lo que atañe las verdades (y mentiras) de la historia moderna señalando:
“El entretejido de ambos procesos, decisivos para la esencia de la Edad Moderna, que hace que el mundo se convierta en imagen y el hombre en subjectum, arroja también una luz sobre el proceso fundamental de la historia moderna, el cual, a primera vista, parece casi absurdo. Cuanto más completa y absolutamente esté disponible el mundo en tanto que mundo conquistado, tanto más objetivo aparecerá el objeto, tanto más subjetivamente o, lo que es lo mismo, imperiosamente, se alzará el subjectum y de modo tanto más incontenible se transformará la contemplación del mundo y la teoría del mundo en una teoría del hombre, en una antropología ”.
Esta objetivización como proceso fundamental de la historia moderna pone en otras palabras al sujeto como motor protagonista de la historia; cómo tal está expuesto a lo que Nietzsche denominará “la voluntad de ilusión”, la cual se refleja en los modelos con argumentación incompleta ya analizados. No se puede generar un sentimiento de culpa hacia quienes son individuos dentro de un modelo de justicia o dentro del proceso fundamental de la historia moderna, ya que la neutralidad valorativa es un precepto ideal, y cómo ideal en la realidad diferente a cómo se ha constituido tal deber ser; el individuo debe decir que tal neutralidad existe, ya que la voluntad de ilusión de ella existe. Se constituye de la forma cómo-si su actuación en verdad lo fuere (valorativamente neutral). Sin embargo la presencia de la neutralidad valorativa en las verdades históricas y en las verdades que establece el juez no puede ser tomada per se, cómo una verdad absoluta. Deberemos entenderlo como Ginzburg lo sugiere, una condición de probabilidad, una verdad en construcción. Un algo, que se asemeja mucho más a ciertas creencias metafísicas, en cuanto ilusión constante; pero que sin embargo debe diferenciarse por completo de un algo tautológico, ya que de ésta forma no estamos en presencia de una concha vacía, sino más bien en presencia de metáforas llenas de significados, que significan, aparentemente nuestra época, como imágenes.
La verdad en la historia no existe en sí misma. La esencia de la historia no es por lo tanto accesible, y el debate que Ginzburg pretende sostener, defendiendo la búsqueda de la misma como actividad central del historiador, y no querer aceptar la critica positivista (señalada como positivista por el propio Ginzburg) que expone, como ya lo he manifestado anteriormente, al historiador como un narrador, resultaría no mayormente útil. Esto principalmente debido a que, a mi modo de analizar el asunto, lo que Nietzsche o los positivistas están diciendo, no es que el historiador como individuo sea en realidad un cuenta-cuentos o un narrador mentiroso, sino que está revelando la existencia de dicha ilusión en un ámbito histórico (con implicancias judiciales, como ya visto). Es decir nos está tratando de transmitir que la esencia del trabajo del historiador, no es en realidad necesariamente la que éste pretende que sea. Éste obviamente debe pretender que es otra cosa que solamente un constructor de estructuras de valoración. Las verdades históricas son muy cambiantes y estos cambios son impredecibles; son de la misma forma ilusiones de realidad, favorecen las imágenes del mundo, requieren de los entimemas que omiten realidades para favorecer las construcciones y mantención de estructuras de pensamiento. Y esto es algo que no se dice antes; no puede decirse antes. Puede solamente ser desenmascarado, como Nietzsche o Heidegger lo pretenden hacer. Y tampoco es que Nietzsche lo desenmascare para generar o tratar de generar perjuicios, ya que finalmente Nietzsche se ubica del mismo lado:
“Este párrafo nos lleva directamente a aquellos pensamientos de Nietzsche que pudiéramos llamar los inicios de una Metafísica del Como-si; de la cuestión de saber que parte juega la ilusión en la totalidad de los sucesos cósmicos y como éstos sucesos cósmicos a partir de los cuales se desarrolla necesariamente la ilusión, han de ser observados y evaluados;(…) ”.
Bibliografía
Ginzburg, Carlo. History, Rhetoric, and Proof. The Menahem Stern Jerusalem Lectures, London and Hannover 1999.
Ginzburg, Carlo. Mitos, Emblemas e Indicios. Morfología e historia. Editorial Gedisa, segunda reimpresión, febrero de 1999, Barcelona.
Ginzburg, Carlo. Checking the evidence: The judge and the historian. Critical Inquiry. Vol. 18, No. 1 (Autumn, 1991).
Nietzsche, Friedrich. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Consultado el: 23 de Junio de 2010 desde: http://www.nietzscheana.com.ar/sobre_verdad_y_mentira_en_sentido_extramoral.htm.
Vega, José Fernández. La escoba en la balanza. Reseña de: Ginzburg, Carlo. El juez y el historiador. Acotaciones al margen del caso Sofri. Universidad Nacional de Educación a Distancia y Universidad Autónoma Metropolitana, Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1993.
Vaihinger, Hans. La voluntad de ilusión en Nietzsche. Consultado el: 20 de Junio de 2010 desde: http://www.nietzscheana.com.ar/vaihinger.htm.
Heidegger, Martín. La época de la imagen del mundo, Caminos de Bosque. Madrid: Alianza, 1995.
Hablaré ahora de la prueba. Sin embargo lo voy a hacer nuevamente desde Ginzburg, quién diferencia dos tipos de demostrar que quién habla (el juez o el historiador), habla con proofs. Por un lado encontramos la proof clásica, en la labor que no recaía en el historiador sino en el anticuario; es decir “Collecting proofs was, until the mid-eighteenth century, an activity practiced by antiquarians and erudits, not by historians ”. Y por otro lado encontramos que “Within the classical tradition, historical writing (and poetry as well) had to display a feature the Greeks called enargheia, and the Romans, evidentia in narratione: the ability to convey a vivid representation of characters and situations” .
Ginzburg lo que está tratando de investigar en profundidad en el texto citado es el problema que atañe a la verdad histórica; y rechaza por igual los dos extremos que él ha denominado positivismo por un lado, aquellos que se preocupan por la interpretación neutral de los documentos, y por otro lado la sofisticada interpretación de la prueba como lo representado (aquello que representa). Ginzburg se ubicará en una, para él tercera vía, que implica la consideración de lo representado, en cuanto a su condición de probabilidad, excluyendo así la radicalidad del juicio. Más allá de la solución probable que encuentre Ginzburg a este punto en particular, el conflicto que surge es más entramado de lo que podríamos llegar a pensar. Las conexiones entre el entimema y el concepto de verdad histórica, así como su relación con las verdades y las formas de concluirlas en los ámbitos de la justicia actual distan mucho de poder ser adscritas a una u otra tendencia. Si bien el ejemplo que Ginzburg trabaja y defiende, en el caso de la auto-inculpación de Leonardo Marino, que dejaría al descubierto procedimientos irregulares (o en su defecto, que no se condicen con el enfoque positivista atribuido generalmente a los sistemas judiciales) ayuda a entender por partes la presencia de una argumentación incompleta generadora de verdades en un sistema judicial, nos nubla y oscurece aquello referido al ámbito historiográfico.
Vuelvo ahora sobre el asunto de la verdad en las mal, –o bien, llamadas narraciones históricas. El problema judicial, o modelo de justicia, como ya he señalado influye en el trabajo historiográfico. En una interesante crítica que le hace José Fernández Vega en su breve ensayo “La escoba en la balanza” , éste señala hasta cierto punto un grado de inconsistencia al analizar lo que él denomina la neutralidad valorativa. Inconsistencia sobre la cual no profundizaré mayormente. Recogeré de todas maneras el debate que acarrea el reconocimiento de los problemas asociados a la neutralidad valorativa. La dificultad de tener un juez (sea un juez de justicia o un juez de la historia) supuestamente neutro acarrea, que todo aquello que hace presuponer y que potencialmente sea fruto de una no-neutralidad, cae automáticamente en un terreno oscuro sin análisis. Por lo que debemos en primer lugar asumir que tal neutralidad en algunos aspectos es totalmente ficticia. Ficticia porque, aun suponiendo que los jueces de la justicia son los más neutrales o debieran serlo, la crítica de Ginzburg al sistema judicial italiano, basado en el caso del asesinato del comisario Calabresi, deja en claro que el precepto judicial “in dubio pro reo” se ha invertido a “in dubio pro re publica” .
Para poder ver la verdad parcial que se trasluce a raíz de estas declaraciones en nuestro propio sistema judicial, bastaría con observar e investigar detenidamente los procesos que se llevan en contra de comuneros mapuches, a quienes se les ha aplicado una ley (ley de seguridad al interior del estado, ley anti-terrorista) residual de una concepción de estado autoritaria. ¿Cuál es entonces la real cara de la neutralidad valorativa que tanto defendía Max Weber? ¿Y cuál es su rol en la historiografía, o mejor formulado, como se comportan los que escriben historia frente a este precepto moral? Vamos por partes.
Tal neutralidad valorativa es un ideal que en la realidad no logra imponerse como su descripción ideal lo señala. En la realidad este concepto se estira, se encoje y se adapta políticamente sin problemas a aquellos que tienen la potestad de juzgar, y sobre todo a aquello que la re publica debe juzgar (cómo un deber ser). Existe entonces para aquellos que se dicen neutros, una concepción política sobre el estado de las cosas, y una verdad como ideal que desequilibran la balanza a favor de los que algunos dirían son los más, y en desmedro de aquellos que generan un contra-discurso o pretenden deslegitimar una hegemonía estatal. Siguiendo el puente que nos indica el propio Ginzburg entre jueces (de la justicia) y jueces (historiadores), acerca de la probabilidad de lo que puede representar la proof, excluyendo por tanto la certeza, encontraremos el mismo dilema pero del lado de la verdad histórica. ¿Qué nos puede hacer pensar en la existencia en el caso de la historiografía de tal neutralidad? Cómo anteriormente señalado, ahora tampoco voy a ser radical y acusar a todos los jueces (historiadores) de ser moralmente doble estándar cómo para mentir acerca de su neutralidad, pero si voy a poner en duda la intención que tienen de reconocerse en esa neutralidad.
El entimema se sigue reflejando en la imposibilidad de su neutralidad, es decir está presente en la voluntad de pasar por alto indicios (que caen fuera del modelo judicial o historicista), ya que ésta voluntad de ilusión, ésta necesidad de formar una imagen más completa de lo juzgado, no es otra cosa que la política de pasar por alto indicios que contravengan la construcción o edificación conceptual desde la cual se está argumentando. Vaihinger destacaría lo siguiente de Nietzsche: “Mi filosofía es un platonismo invertido: cuanto más se aleja de la realidad verdadera, se torna más pura, más bella y mejor. Vivir en la ilusión como el ideal ” después agrega también de Nietzsche: “Nuestro edificio-de-fantasía idealista es también parte de la realidad y debe aparecer en su carácter ”. Es decir, confirmando lo señalado al inicio de este ensayo, no es que haya una mano negra detrás de estos pasar por alto de la justicia moderna, o por lo menos no es una mano negra consciente. Nietzsche descubre que no es posible escapar de las ilusiones de la realidad. Que éstas ilusiones o pasadas-por-alto son más importantes y puros que la propia realidad. Quizás en tono menos radical que Nietzsche, son estas alteraciones y entimemas los que construyen las verdades históricas, guiados por un espíritu del Como-si y no por un espíritu de maldad y/o mano negra.
Heidegger en su “Caminos de Bosque” echa luces sobre lo que atañe las verdades (y mentiras) de la historia moderna señalando:
“El entretejido de ambos procesos, decisivos para la esencia de la Edad Moderna, que hace que el mundo se convierta en imagen y el hombre en subjectum, arroja también una luz sobre el proceso fundamental de la historia moderna, el cual, a primera vista, parece casi absurdo. Cuanto más completa y absolutamente esté disponible el mundo en tanto que mundo conquistado, tanto más objetivo aparecerá el objeto, tanto más subjetivamente o, lo que es lo mismo, imperiosamente, se alzará el subjectum y de modo tanto más incontenible se transformará la contemplación del mundo y la teoría del mundo en una teoría del hombre, en una antropología ”.
Esta objetivización como proceso fundamental de la historia moderna pone en otras palabras al sujeto como motor protagonista de la historia; cómo tal está expuesto a lo que Nietzsche denominará “la voluntad de ilusión”, la cual se refleja en los modelos con argumentación incompleta ya analizados. No se puede generar un sentimiento de culpa hacia quienes son individuos dentro de un modelo de justicia o dentro del proceso fundamental de la historia moderna, ya que la neutralidad valorativa es un precepto ideal, y cómo ideal en la realidad diferente a cómo se ha constituido tal deber ser; el individuo debe decir que tal neutralidad existe, ya que la voluntad de ilusión de ella existe. Se constituye de la forma cómo-si su actuación en verdad lo fuere (valorativamente neutral). Sin embargo la presencia de la neutralidad valorativa en las verdades históricas y en las verdades que establece el juez no puede ser tomada per se, cómo una verdad absoluta. Deberemos entenderlo como Ginzburg lo sugiere, una condición de probabilidad, una verdad en construcción. Un algo, que se asemeja mucho más a ciertas creencias metafísicas, en cuanto ilusión constante; pero que sin embargo debe diferenciarse por completo de un algo tautológico, ya que de ésta forma no estamos en presencia de una concha vacía, sino más bien en presencia de metáforas llenas de significados, que significan, aparentemente nuestra época, como imágenes.
La verdad en la historia no existe en sí misma. La esencia de la historia no es por lo tanto accesible, y el debate que Ginzburg pretende sostener, defendiendo la búsqueda de la misma como actividad central del historiador, y no querer aceptar la critica positivista (señalada como positivista por el propio Ginzburg) que expone, como ya lo he manifestado anteriormente, al historiador como un narrador, resultaría no mayormente útil. Esto principalmente debido a que, a mi modo de analizar el asunto, lo que Nietzsche o los positivistas están diciendo, no es que el historiador como individuo sea en realidad un cuenta-cuentos o un narrador mentiroso, sino que está revelando la existencia de dicha ilusión en un ámbito histórico (con implicancias judiciales, como ya visto). Es decir nos está tratando de transmitir que la esencia del trabajo del historiador, no es en realidad necesariamente la que éste pretende que sea. Éste obviamente debe pretender que es otra cosa que solamente un constructor de estructuras de valoración. Las verdades históricas son muy cambiantes y estos cambios son impredecibles; son de la misma forma ilusiones de realidad, favorecen las imágenes del mundo, requieren de los entimemas que omiten realidades para favorecer las construcciones y mantención de estructuras de pensamiento. Y esto es algo que no se dice antes; no puede decirse antes. Puede solamente ser desenmascarado, como Nietzsche o Heidegger lo pretenden hacer. Y tampoco es que Nietzsche lo desenmascare para generar o tratar de generar perjuicios, ya que finalmente Nietzsche se ubica del mismo lado:
“Este párrafo nos lleva directamente a aquellos pensamientos de Nietzsche que pudiéramos llamar los inicios de una Metafísica del Como-si; de la cuestión de saber que parte juega la ilusión en la totalidad de los sucesos cósmicos y como éstos sucesos cósmicos a partir de los cuales se desarrolla necesariamente la ilusión, han de ser observados y evaluados;(…) ”.
Bibliografía
Ginzburg, Carlo. History, Rhetoric, and Proof. The Menahem Stern Jerusalem Lectures, London and Hannover 1999.
Ginzburg, Carlo. Mitos, Emblemas e Indicios. Morfología e historia. Editorial Gedisa, segunda reimpresión, febrero de 1999, Barcelona.
Ginzburg, Carlo. Checking the evidence: The judge and the historian. Critical Inquiry. Vol. 18, No. 1 (Autumn, 1991).
Nietzsche, Friedrich. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Consultado el: 23 de Junio de 2010 desde: http://www.nietzscheana.com.ar/sobre_verdad_y_mentira_en_sentido_extramoral.htm.
Vega, José Fernández. La escoba en la balanza. Reseña de: Ginzburg, Carlo. El juez y el historiador. Acotaciones al margen del caso Sofri. Universidad Nacional de Educación a Distancia y Universidad Autónoma Metropolitana, Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1993.
Vaihinger, Hans. La voluntad de ilusión en Nietzsche. Consultado el: 20 de Junio de 2010 desde: http://www.nietzscheana.com.ar/vaihinger.htm.
Heidegger, Martín. La época de la imagen del mundo, Caminos de Bosque. Madrid: Alianza, 1995.
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