lunes, 8 de abril de 2013

Adelanto

Acabo de recordar lo que había sucedido realmente anoche. No lo podía creer, y seguramente el lector tampoco podrá, pero puedo asegurar que la experiencia ha sido real. Ocurrió cuando iba rumbo a la casa de mi abuela, de mi infancia. Queda más allá de la plaza Bismark. Pero yo aun no llegaba y pasada la calle Camila, que baja directo hacia el plan de la ciudad, me encontré con una calle que nunca había realizado antes…

                No recuerdo esta calle, murmuraban mis pensamientos. En el momento mismo, cuando me preguntaba porque no había antes conocido tal calle, en tal trayecto tan conocido y habitual, escucho el sonido lejano de una Guitarra. El sonido se asomó unos diez metros más abajo, calculaba yo, por la puerta entreabierta de una casa que se encontraba al costado correspondiente al oeste.

                Detenido donde estaba, en la vereda este, carcomida por los años, los choques, los terremotos y la lluvia, decidí bajar unos metros para ponerme a la altura del sonido. Sonaba una guitarra folclórica con un arpegio en sol y una voz femenina con un timbre conocido. Cierro los ojos, para tratar de recordar. El sonido es envolvente, y aunque distante, tan claro que despejaba la noche fría y oscura en el puerto.

                Al abrir los ojos una extraña sensación me sobrevino, que me hizo mirar a mí alrededor buscando ubicación, o alguna otra cosa que no lograba hallar. Lo traté de buscar en la cercanía y no lograba ubicarlo. Traté de mirar a lo lejos y hacia el norte solamente había Mar y humo. Mire hacia los cerros en el sur y me di cuenta de un detalle.

Las luces de las casas en los cerros más alejados del plan de la ciudad  habían desaparecido. El bosque ahora se asomaba mucho más debajo de lo habitual. Ya detrás de las primeras casas del otro lado de la Avenida se asomaban praderas y bosques. Observé las luces de las lámparas de la calle y éstas ya no estaban, en su lugar había ahora unas estructuras con lámparas que funcionaban con parafina. Más allá, estaba estacionada una antigua Renoleta, de cuya presencia no me había percatado. La música sonaba ahora más fuerte, creo que el plan estaba menos ruidoso ahora.

No podía explicarme lo que había sucedido. Me encontraba anonadado de sensaciones, y seguía escuchando el canto tan conocido junto a la guitarra folclórica. Se asomaba detrás de una puerta de una casa simple, debe ser la cuarta o quinta bajando desde Avenida Alemania. La puerta era de madera y tenía algunas terminaciones finas. La casa de color celeste, blanco o beige, no podía yo saberlo con certeza. La curiosidad me intrigaba y ahora estaba yo a dos metros de aquella puerta que se encontraba entre-abierta. Lancé una última mirada en dirección al océano y me di cuenta que los buques militares, “estacionados” en el molo tradicionalmente, ya no estaban. Dándome cuenta de lo que estaba viviendo, me di cuenta que yo debía entrar en aquella casa. La puerta entre-abierta era un símbolo, un signo, un indicio y me decía debes entrar. Aunque comúnmente no se entre a casas ajenas, si es que no se es un ladrón de moradas, era esta una ocasión fuera de lo común.

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