Personalmente siento, que en ojos y mente de
Violeta concebía la vida como una forma de dar, así su emotividad le fue exigiendo una entrega total. No
es por su puesto una entrega a Chile, sino al arte en el contexto de una búsqueda
de identidad perdida. Esta es claro una identidad colectiva, o quizás
justamente el anhelo a causa de la ausencia de ella. Quizás tal como ocurre en
la trilogía de Tolkien, en dónde Arwen se encuentra ligada al destino del
anillo; si el mundo cae, ella cae con el mundo. Algo similar le parece haber
sucedido a Violeta.
La canción “Gracias a la vida” está
estructurada en X versos, no posee ningún tipo de coro, es repetitiva, quizás
incluso algo monótona, y a la larga pareciera no transmitir demasiada alegría aunque
si se podría decir que puede resultar relativamente apaciguante. Cada verso
tiene cinco líneas en donde todas ellas comienzan con Gracias a la vida y cinco
de ellos culminan con referencias a una persona específica, su gran amor-desamor
Gilbert Fabres. Dichas culminaciones no parecieran ser aleatorias, más bien
todo lo contrario, podría simbolizar justamente aquello que la podría salvar, lo
único que le da esperanzas, pero que dadas las circunstancias, ya al momento de
componer esta canción está decidido, o mejor dicho, terminado.
Veámos el resto de la canción, el mensaje en
sí:
El primer verso trata de los ojos. Violeta da
gracias a la vida por darle sus dos luceros, que cuando ella los usa, dice
ella, puede distinguir contrastes (lo negro del blanco, algunos dirían una
función básica de los ojos), puede ver el cielo y sus estrellas, pero nada
menciona de ver realmente, quizás solamente se refiere a mirar (diferenciación
que usa Carlos Castaneda). Pareciera aquí solamente destacar que puede ver (o
mirar) a su amado.
El segundo verso habla del oído, al cual ella
da gracias y sigue mencionando situaciones cotidianas, para algunos quizás algo
obvias, donde destacan algunas que pueden ser consideradas “buenas” y otras “malas”.
Entre las buenas tenemos el canario, el grillo y los chubascos, y las “malas”
podrían ser los martillos, las turbinas y los ladridos. Nuevamente el verso
culmina con el reconocimiento, al parecer sin ironía, a que lo que realmente
escucha es a su bien amado.
A continuación, dado que ella dio gracias a la
vida por poder oír, ahora agradece el hecho de que exista el sonido, una
tremenda obviedad, ella nos indica que “el mundo suena”. No deja de mencionar
el abecedario, mediante el cual operacionaliza el sonido (otra vez algo que
podría ser considerado una obviedad). Agrega además que el abecedario que es
cultura, y entrega (y quizás más que nada limita) en seguida una pista acerca
del lenguaje ya que adquirir el lenguaje significa (para todos) poder pensar y
declarar en y con palabra.
(continuará...)
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